El ministerio es compasión

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La compasión es el corazón del ministerio de Jesús. Al desembarcar y ver a la multitud, Jesús fue movido por una profunda compasión que lo impulsó a enseñarles (Mr. 6:34).
Para manifestar esta compasión, es crucial estar llenos del Espíritu, la gloria y la presencia de Dios, cultivando una vida de oración y adoración. Es solo por la gracia de Dios que podemos reflejar este corazón compasivo (1 Co. 15:10). Jesús estableció un patrón de ministerio que involucra tres acciones: vio, tuvo compasión y sirvió.
• Ver como Jesús: implica no solo observar las necesidades físicas, sino también las espirituales. Jesús veía a la multitud como “ovejas sin pastor”, confusas, sin dirección y con una inmensa necesidad de conocerlo a Él, el Buen Pastor. Se nos llama a ver a las personas del mundo como futuras ovejas de Cristo.
• Tener compasión: significa entrar en el mismo sentir o sufrimiento del otro, tomar su dolor para ofrecer ayuda, recordando a los que sufren (Hebreos 13:3). Para ofrecer “pan fresco”, la compasión es vital; debemos “ponernos en los zapatos de la gente”, escuchar sus historias y llorar con ellos. La motivación principal del ministerio debe ser el amor y la compasión por las personas, examinando siempre las intenciones del corazón. Jesús deseaba alimentar a la gente para que no desfallecieran. Él busca cristianos “bien alimentados, gorditos, alegres”, con abundancia tanto física como espiritualmente.
• Servir: la compasión auténtica se traduce en acción y servicio. Jesús, movido por compasión, “hizo algo al respecto” al darles el pan de vida, el pan de Su presencia, Su provisión y Su Palabra. No se puede hablar de compasión sin prestar ayuda; se requiere “ponerse las botas y trabajar”. Al enseñar la Palabra de Dios, el “pan de vida”, se hacen discípulos (Oseas 4:6). Un principio clave es que “se puede servir sin amor, pero no se puede amar sin servir”.

El Ministerio es Oración
La oración es el fundamento sobre el que se construye el ministerio. Tras el asesinato de Juan el Bautista, Jesús se retiró a orar, un acto que lo preparó para ministrar incluso cuando la gente lo buscó inesperadamente (Mt. 14:10-13). De igual manera, para ministrar eficazmente a otros, primero debemos ser ministrados nosotros mismos a través de la oración, la adoración y la presencia de Dios.
La oración permite que fluya la presencia de Dios, entregando algo espiritual y no meramente humano o psicológico. Jesús oró antes de multiplicar los panes y los peces (Mt. 14:19), y en ese ambiente de oración, vinieron el poder y la gloria de Dios. Podemos encontrar un lugar para la oración en cualquier circunstancia, como Jesús lo hizo en el desierto (Mr. 1:35).
El Ministerio es Sanidad Divina
La sanidad divina es una parte integral y normal del ministerio de Jesús. Él llevó a cabo una “campaña de sanidad y milagros” en el desierto, proveyendo “pan de sanidad” (Mt. 15:29-31). Sanó a cojos, ciegos, mudos, mancos (personas sin brazos o manos o con ellos inutilizados) y a muchos otros enfermos. Este milagro, que implicaba la restauración e incluso el crecimiento de partes del cuerpo que no existían, es parte del ministerio de Jesús del que participamos.

Cualquier ministerio que no involucre la ministración a los enfermos mediante la imposición de manos, como se establece en la Gran Comisión (Mr. 16:18), está fuera del orden bíblico de Jesús. No se trata de ser una “Universidad de Doctores de la Ley”, sino de ser “predicadores que, al imponer manos sobre las personas, ungidos por el Espíritu Santo, Jesús las sana”. El ministerio de Jesús en el que todos participamos se resume así: “enseñando, predicando, sanando” (Mt. 9:35).
El Ministerio es en cualquier momento (y a menudo Costoso)
Los discípulos intentaron detener a Jesús de ministrar, pensando que ya era tarde o que el servicio se había prolongado demasiado (Mr. 6:35-36). Sin embargo, Jesús siempre estaba listo para ministrar.
Esta situación se refleja hoy: Jesús está listo para obrar, pero muchas veces las personas están listas para irse. Para que Dios se manifieste plenamente en un servicio, a veces se requiere tiempo. Además del tiempo, el ministerio a menudo conlleva un costo económico. Los discípulos cuestionaron el gasto de doscientos denarios para alimentar a la multitud.
El dinero es necesario para suplir las necesidades de la iglesia y llevar a cabo el ministerio. Jesús no tuvo problema con el uso del dinero cuando se trataba de un propósito correcto, como el ungimiento con el costoso perfume que la mujer derramó para honrarlo antes de su crucifixión (Mr. 14:4-5). Ese perfume, valorado en más de trescientos denarios (el sueldo de más de un año), fue un “gasto bien empleado”.
Las críticas y murmuraciones sobre el tiempo o el costo pueden intentar detener el ministerio, como hizo Judas en el caso del perfume. Sin embargo, el ministerio es de suma importancia, y si es importante, implicará tiempo y dinero. No hay nada más vital que entregar el “pan del cielo” a la gente.
Finalmente, el ministerio puede presentarse inesperadamente, como cuando Jesús se detuvo para sanar a la mujer con el flujo de sangre (Mt. 9:20-22). Debemos estar siempre preparados para ministrar, no solo cuando sea conveniente.