Panes y peces 07/10/2025
La repetición de este milagro en todos los evangelios indica que contiene un patrón importante que el Señor desea que sus seguidores aprendan y apliquen.

Al integrar los detalles de las cuatro versiones, se obtiene una comprensión más completa de lo que realmente ocurrió.

Este milagro de amor, provisión y sanidad es una enseñanza práctica de Jesús sobre cómo ministrar a las personas y entregarles “pan fresco”. Jesús no solo realizó un milagro glorioso y sobrenatural, sino que también mostró un lado práctico al hacerlo, revelando cómo ministrar eficazmente.

El concepto fundamental que Jesús quiere enseñar a través de esta historia es que “El ministerio consiste en alimentar a la gente”. El ser humano tiene hambre y necesidad de ser alimentado. No se trata únicamente de alimento físico, sino, sobre todo, de alimento espiritual, tal como lo expresó Jesús: “No solo de pan vivirá el hombre, sino de toda palabra que sale de la boca de Dios” (Mateo 4:4).

La humanidad, en todas partes del mundo, necesita la Palabra del Evangelio de Jesús. Él es el pan de vida que la Iglesia debe entregar a los “ciegos espirituales” y también a quienes necesitan sanidad física. El ministerio implica ofrecer el “pan caliente, el pan fresco del cielo”, el maná que desciende de la presencia de Dios. El patrón del ministerio de Jesús, simple y directo, se resume en enseñar, predicar y sanar (Mateo 9:35). En el milagro de la alimentación de los cinco mil, Jesús hizo cuatro acciones clave para ministrar y alimentar a la gente, dando “pan de vida” en todo momento:

• Les dio del pan de Su Presencia: Él estaba presente con ellos.
• Les dio el pan de Su Palabra: Les enseñó. Se le “partió el corazón” al ver a la multitud y les enseñó de inmediato, incluso por muchas horas, en el desierto, y la multitud lo recibió.
• Les dio el pan de sanidad: Los sanó.
• Les dio el pan de provisión: Les dio de comer, supliendo sus necesidades naturales.

Es importante destacar que, aunque Dios es quien tiene el pan, Él lo entrega a sus siervos (discípulos, predicadores, pastores, ministros ungidos), para que ellos, a su vez, lo repartan a la gente. Así ha establecido Dios el modelo del ministerio.

El ministerio debe enfocarse en los hambrientos, es decir, en aquellos que desean recibir y tienen interés en lo que la Iglesia ofrece. No se debe perder tiempo con personas que no tienen hambre o interés, aunque se puede orar para que su ceguera sea quitada y puedan ver y entender. Jesús ministró a quienes lo buscaron y tenían interés en recibir de Él.

El Ministerio es trabajo

Otro componente esencial del ministerio, evidente en el relato de la alimentación con panes y peces, es que el ministerio es trabajo. Los apóstoles estaban tan ocupados con el ministerio de Jesús que ni siquiera tenían tiempo para comer. Aunque Jesús les ofreció descanso, la multitud los siguió. Cuando la gente tuvo necesidad de alimento, Jesús dijo a sus discípulos que eran ellos quienes debían darles de comer.

Después de multiplicar los panes y los peces, los apóstoles debieron seguir trabajando para alimentar a la multitud, estimada en al menos veinte mil a veinticinco mil personas, incluyendo mujeres y niños. Cada uno de los doce apóstoles debió encargarse de unos dos mil, organizándolos en grupos y distribuyendo el alimento.

Este es un trabajo que, aunque a veces es duro y genera cansancio físico, es “un trabajo chévere”, grato, lleno de paz, bendición y gozo, muy distinto del trabajo del mundo, que suele ser agotador y frustrante. El ministerio, en lo natural, implica trabajo; y si es trabajo, se necesitan trabajadores: personas dispuestas a servir.

Dice la Escritura que “eran muchos los que iban y venían de manera que no tenían tiempo ni para comer”. Lo mismo sucede en las iglesias hoy en día, donde las personas “vienen y van”, son fi eles por un tiempo, luego inconstantes, como un autobús en el que la gente sube y baja constantemente, pero el ministerio sigue su dirección.

Como en la parábola del sembrador (Mateo 13:1- 9; Marcos 4:1-9; Lucas 8:4-8), la Palabra — el “pan fresco”— puede caer en diversos tipos de “tierra”: junto al camino, en pedregales, o entre espinos que ahogan el fruto. Pero cuando cae en buena tierra, da fruto abundante: las personas son bendecidas y, a su vez, se convierten en bendición para otros.