EL OBSERVADOR entra en “cuartel de invierno”, y eso duele 14/04/2022
prensa digital
Editorial

Hoy, cuando circula esta edición 80 de EL OBSERVADOR, este grupo periodístico considera la posibilidad de no ir más como palabra impresa; por ahora acantona su valiosa tropa, aunque continúa con su propósito voluntario de responsabilidad social con la región Sabana Centro: se enfocará en enriquecer sus servicios de comunicación a través de las redes sociales y en la radio comunitaria.

Y no va a sucumbir porque su gestor y líder, Julio León, con pleno conocimiento de que los periódicos existirán aún por largo tiempo y que el papel no va ser el futuro del universo informativo que cambia a fondo y rápidamente, piensa como el editor español Antonio del Abril: “Que se muera un periódico es una gran tristeza. No es bueno para la sociedad. Pasar del todo a la nada tampoco parece razonable”.

Pero no obstante vaya a continuar en las redes y en la radio, la posible desaparición de este medio en papel duele, después de 9 años de actividad ni siquiera interrumpida durante la dura etapa de la COVID-19, y sumadas 80 ediciones de periodismo – escuela con calidad informativa, pluralidad de opinión y buen registro gráfico.

En Colombia, la lista de periódicos y revistas del orden nacional que no han podido mantenerse con vida en la era digital es cada vez más larga, y los que subsisten lo hacen en formatos cada vez más flacuchos y pobres en contenido, sobre todo en el ámbito regional.

Y en una sociedad donde desaparece un medio impreso todos perdemos: pierde la gente del común que no podrá enterarse de lo que sucede en su entorno inmediato, donde los periodistas ponemos el foco por conocer a fondo la realidad y se la contactamos. Pierde la historia local que no logra contarse y que incluye controversias regionales o malas acciones que no se denuncian o narran por completo. Pierden los señores y señoras del poder porque, quiéranlo o no, el fin de la prensa local les priva de un importante megáfono de sus acciones; en no pocas ocasiones, empresarios y políticos de cualquier marco se ven sumidos en la desolación ante ruedas de prensa sin flashes ni cámaras y apenas una decena de asistentes.

Pierden los suscritores exigentes, que examinan y rumian el periódico de atrás hacia adelante o al revés, o en desorden. Quienes se detienen en lo que dice el anunciante, gobernante, dirigente, el líder comunal o religioso del pueblo, el editorialista y que, como siempre, discrepan de quien escribe.

Pierde la naturaleza; sí, el periódico una vez leído es multiusos y reciclable: sirve para envolver, rayar, secar superficies, hacer pelotas de papel, etc. Es como un perro fi el: sin ruido ni chistar nos espera en la mesa, en la cama, en el sofá en el puesto de al lado en el auto, en la sala de espera, pero, sobre todo, pierde ese lector o lectora que valora el trabajo de la cantidad de gente que trabaja ´a una´ día y noche para llenar el blanco de esas hojas enormes: redactores, columnistas, editores, fotógrafos, diagramadores, impresores, comercializadores y voceadores callejeros, y hasta los servidores de tinto o aromática en las salas de redacción.

Y claro, pierden los facilitadores y mentores del medio, para el caso Julio León, para quien la desaparición del periódico en papel es un golpe muy duro. Basta verlo extasiado presenciando entre máquinas, poleas y un zumbido chillón en el diario La República en Bogotá, a los operarios efectuando el ‘milagro’ de la impresión de los sucesos de Sabana Centro. Luego, distribuyendo por la región ese olor a tinta fresca de las hojas, observando la mirada atenta y saltona de la gente adulta o mayor y aun jóvenes con otros niveles de interés, que reciben el periódico para leerlo donde y como sea.

Por eso, como un absurdo, en la emblemática edición 80 de EL OBSERVADOR, convertimos esta vez el editorial en el centro de la noticia. Advertimos sobre el posible final de una etapa empresarial, por la falta de respuesta de quienes con algo de vocación de responsabilidad social podrían ser nuestros anunciantes; igual, por las bajas en suscripciones y en venta en la calle del producto, que se convierten en dificultad para mantener con vida la costosa impresión del periódico.

Y aquí, agradecemos públicamente a los valiosos colaboradores permanentes con su pluma y a los que nos siguen como suscriptores por su fidelidad con nuestro trabajo en papel. Reconocemos especialmente a la Universidad de La Sabana, uno de nuestros vecinos buenos, cuyo respaldo ha ido más allá de la ley, dada su responsabilidad social con Sabana Centro uno de sus grupos de interés.

Pero bueno, por ahora EL OBSERVADOR impreso entra con su talentosa tropa a su “cuartel de invierno”, y eso duele, es la realidad, y tenemos que vivir en la realidad. ¿Hasta cuándo?.